RESUMEN SOBRE LA II REPÚBLICA

 

 

Origen y Legitimidad

 

   Al irse Primo de Rivera, Alfonso XIII impulsó una transición para volver al régimen constitucional. No le apoyó la mayoría de los monárquicos y crecieron los republicanos, estimulados por intelectuales influyentes como Ortega, Marañón o Pérez de Ayala, “padres espirituales de la República”. Los republicanos estaban desunidos, y fueron los derechistas ex monárquicos Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura quienes los concertaron en el Pacto de San Sebastián, en agosto de 1930. Los pactantes intentaron un golpe militar que fracasó en diciembre, pero el fracaso se convirtió en éxito político por las facilidades que les otorgó la monarquía, como recuerda Maura.
    
Para hacer la transición, el gobierno abrió un proceso gradual cuyo primer paso serían unas elecciones municipales. Estas tuvieron lugar el 12 de abril de 1931 y dieron amplia victoria a los monárquicos, excepto en la mayoría de la capitales de provincia. Sin embargo los monárquicos se desmoralizaron, el general Sanjurjo rehusó  emplear la Guardia Civil contra posibles disturbios, comenzaron las manifestaciones callejeras y Maura empujó a los republicanos a apoderarse del poder. Dentro del gobierno, Romanones obró como agente desintegrador. El rey cedió y abandonó el trono. Las memorias de los políticos no dejan lugar a dudas sobre la sucesión de los hechos, muy tergiversados en historias posteriores.
  
  Así, la república no llegó por elecciones, como se dice, sino por un golpe de estado, precedido por un golpe militar fallido. El golpe final no lo dieron los republicanos, sino los monárquicos contra su propio régimen, despreciando a sus votantes.  La república tuvo, pues, legitimidad: otorgada, paradójicamente, por una monarquía en crisis moral suicida.
 
 
¿Un régimen democrático?
 
   La Constitución republicana fue parcialmente democrática, pues afirmaba las libertades  y la alternancia mediante elecciones. Pero no era laica, sino anticristiana, reducía al clero a una ciudadanía de segunda y a la miseria, dejaba en inferioridad a los ciudadanos católicos y asestaba un duro golpe a la enseñanza.
 
    Este carácter solo parcialmente democrático quedaría aún más limitado por la Ley de Defensa de la República, que autorizaba detenciones arbitrarias, deportaciones, cierre de prensa, etc. La censura y la suspensión de periódicos se hicieron habituales. También data de entonces la Ley de Vagos y Maleantes.
 
   Azaña trazó para el régimen una estrategia ilusoria: “la inteligencia republicana” -él mismo y sus correligionarios- utilizaría como “brazos” a “los gruesos batallones populares en la bárbara robustez de su instinto”, es decir, a los sindicatos y partidos obreristas, en pro de un régimen de izquierdas. Sus Diarios muestran que pronto comprendió que la inteligencia republicana era escasa y que los gruesos batallones no se dejaban mandar por ella. No obstante, persistió hasta el final  en su catastrófica idea, corroyendo lo que tenía de democrático el régimen. 
 
 
Los enemigos de la república
 
  Desde el comienzo atacaron a la república los comunistas, un partido débil, y los anarquistas, mucho más fuertes, mediante insurrecciones y huelgas salvajes. Los socialistas veían en la república “burguesa” una mera etapa para llegar a su propia dictadura, y los nacionalistas catalanes y vascos entendían la autonomía como un paso hacia una probable secesión. 
 
El régimen, traído de hecho por monárquicos, no tuvo al principio enemigos de derecha, la cual solo empezó a organizar complots militares –inocuos—tras la “quema de conventos”. Si esta quema despegó a la derecha de  la república, el grueso de la izquierda la atacaba o la usaba como medio para alcanzar un sistema de tipo soviético, haciendo la crisis permanente. Además, su personal político era de bajo perfil.  
 
 
El personal repulicano
 
   Ciertas historias presentan a unos líderes republicanos de alto nivel intelectual (“república de profesores”), bienintencionados, aunque ingenuos y blandos con los enemigos de derecha. No decía lo mismo Azaña en sus Diarios, documento histórico crucial donde califica a sus correligionarios de "obtusos", "botarates", "gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta", notables por su "inepcia, injusticia, mezquindad o tontería": "Me entristezco casi hasta las lágrimas por mi país, por el corto entendimiento de sus directores y por la corrupción de los caracteres". "Zafiedad", "politiquería", "ruines intenciones". "Conciben el presente y el porvenir de España según se los dicta el interés personal". "Política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta". Etc. 
 
Su relato de cómo preparaban la reforma agraria, y otras, colisiona con las que nos cuenta la historia de izquierdasMaura llama a los gobernadores republicanos “instrumentos de desgobierno” y define  la situación como “un manicomio suelto y desbordado”. 
 
Para Lerroux, único jefe republicano de larga trayectoria, "no traían saber, ni experiencia, ni fe, ni prestigio. Nada más que esa audacia tan semejante a la impudicia, que suele paralizar a los candorosos y de buena fe cuando la ven avanzar desenfadadamente, imaginando que es una fuerza de choque".  Alcalá-Zamora afirma que “constituyen un manicomio  no ya suelto, sino judicial, porque entre su ceguera y la carencia de escrúpulos sobre los medios para mandar, están en la zona mixta de la locura y la delincuencia”.
   
Estos testimonios deben contrastarse con la evolución real del régimen.
 
 
Desarrollo de la República
 
 Aunque el régimen fue traído por jefes derechistas y suicidio monárquico, cobró enseguida un tinte ultra izquierdista. Pueden distinguirse en él cuatro etapas:
 
a) De abril a diciembre del 1931, un gobierno provisional promovió las primeras elecciones, ganadas ampliamente por la izquierda, y la Constitución. Esos 8 meses vieron  una oleada de incendios de iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza, con complicidad de facto del gobierno, causa de una primera quiebra social. También movimientos insurreccionales anarquistas y choque de izquierdistas y policías más sangrientos que cualesquiera de la monarquía.
 
 
b) Bienio republicano-socialista, diciembre del 1931 a diciembre del 1933, dirigido la mayor parte del tiempo por Azaña. Presenció el pequeño golpe de Sanjurjo, espiado y vencido por el gobierno, y nuevas insurrecciones anarquistas. Una de estas culminó en la matanza de campesinos de Casas Viejas por la Guardia de Asalto. Azaña quedó desprestigiado,  perdió varios comicios parciales y el presidente Alcalá-Zamora le hizo dimitir. En ese bienio aumentó la delincuencia y la agitación política, con numerosos muertos, y  el hambre volvió a los niveles de principios de siglo. Las reformas (agraria, militar y en la enseñanza) fracasaron por su sectarismo e ineficacia. La mayoría del pueblo, harto, votó al centro-derecha en noviembre de 1933.
 
 
c) Bienio de centro-derecha, diciembre de 1933 a febrero de 1936. La izquierda no aceptó la victoria derechista en las urnas e intentó golpes de estado (Azaña) y una nueva insurrección anarquista, el PSOE preparó una insurrección armada para instaurar su dictadura, Companys  aprestó una rebelión en toda regla y el PNV desestabilizó al gobierno. La insurrección, planeada textualmente como guerra civil, estalló en octubre de 1934, pretextando un falso peligro fascista, y fracasó, dejando 1.300 muertos. Se alzaron el PSOE, los nacionalistas catalanes, el PCE y sectores anarquistas, con apoyo de los republicanos de izquierda. Luego, Alcalá-Zamora intrigó contra los gobiernos de derecha, imponiéndoles políticos también derechistas, pero afectos personalmente a él,  destruyó políticamente a Lerroux, expulsó a Gil-Robles (CEDA) y llevó al régimen a una crisis en la que el propio Alcalá-Zamora y su protegido Portela iban a ser juzgados por ilegalidades. Por evitarlo disolvieron las Cortes y convocaron elecciones para el 16 de febrero del 36. Pese a todo, en ese bienio, llamado “negro” por la izquierda, se reactivó la economía y descendió el hambre.
 
 
d) Febrero a julio de 1936, cinco meses de demolición revolucionaria del régimen por las izquierdas, que arrasan violentamente su legalidad. Tras las furiosas elecciones de febrero, el Frente Popular se arrogó la victoria, aunque nunca publicó las votaciones, arrebató ilegalmente escaños a la derecha y destituyó a Alcalá-Zamora, también de forma ilegal. Marcaron la etapa, verdadera guerra civil “fría”, cientos de asesinatos, incendios de iglesias, asaltos a sedes y prensa de la derecha, invasión de fincas, huelgas salvajes y subida vertical del paro. Era un nuevo régimen ilegítimo, retratado con el asesinato de Calvo Sotelo por milicianos socialistas y policías y el aplastamiento sangriento de las protestas. Cuando el 17 de julio se sublevó por fin una parte del ejército contra un régimen ya plenamente deslegitimado, recomenzó la guerra civil “caliente” emprendida por las izquierdas en 1934 y no rectificada en su espíritu.   
 
 
"Padres espirituales de la República"
 
   Los intelectuales que más ayudaron a traer la república denostaron la experiencia y al Frente Popular. Marañón llama a sus líderes “cretinos criminales”, “Todo es en ellos latrocinio, locura y estupidez”, “Horroriza pensar que esta cuadrilla hubiera podido hacerse dueña de España (…). Y aun es mayor mi dolor por haber sido amigo de tales escarabajos y por haber creído en ellos”. Pérez de Ayala los considera "desalmados mentecatos", cuyo "crimen, cobardía y bajeza nunca hubiera podido imaginar". Ortega fustigó a los intelectuales extranjeros, que, ignorándolo todo de España, defendían a las izquierdas. Unamuno fulminó contra Azaña, y aunque  tuvo su célebre choque con los falangistas, mantuvo su condena a su gobierno. Besteiro admitió que los nacionales habían librado a España de una pesadilla….

 

Luis Pío Moa